martes, 14 de agosto de 2012

LA ASCENSIÓN DE MARÍA

Finalmente, aproximadamente nueve años antes de concluir Mi encarnación, le dije a Pedro: “Si me construyes ahora una pequeña casa con su capilla en un lugar apartado de la comunidad, a orillas del arroyo, podré enclaustrarme y prepararme para Mi encuentro con El Creador”. Esto se hizo y allí viví el resto de Mi vida. María de Betania  y otros amados amigos me traían flores, velas y frutas frescas. Pasé esos años en contemplación de Mi Señor, rememorando los primeros días de Mi vida: mi primera Navidad y todos los años con José; la despedida, cuando Jesús se fue a la India tan poco tiempo después de que Su Padre dejara la Tierra; su triunfante regreso; la Resurrección y Su propia Ascensión. Se Me hizo difícil físicamente subir el Monte de Betania, así que Juan sostuvo la vigilia por Mí. Comencé a estar cada vez más en el mundo del “más allá” y menos en el de “acá”. Finalmente, en Mayo, justo después de Pentecostés, le dije a Juan: “Llama a los discípulos y apóstoles, ya que antes de que la Señora Agosto cierre Su radiación, Me habré reunido con Mi Hijo”. Ustedes saben, tomó bastante tiempo, meses en algunos casos, ubicar a algunos individuos que estaban en lugares lejanos como Grecia. Todos volvieron a casa, pero mientras tanto, yo había solicitado que se construyera una pequeña capilla en la cima del Monte de Betania, una muy sencilla.
        El 10 de Agosto subí la Colina, solicitando estar sola en esa ocasión. Al ascender el monte, puse mis pies sobre las brillantes huellas de mi Hijo. Por tres días y tres noches permanecí allí, en esa capilla, ayunando y rezando. Para entonces, todos los discípulos y apóstoles estaban en casa y subieron el monte para ir a buscarme. Bajé con ellos hasta mi propia casa y allí les hablé, particularmente a los discípulos originales. Les dije que dejaría este mundo y el 15 de Agosto completaría mi Ascensión. Les pregunté cómo desearían continuar el resto de sus caminos. Juan dijo: “Te seguiré, Madre, tan pronto oiga la Voz de Mi Presencia”. Pablo dijo: “Conociendo mi naturaleza, no voy a correr ningún riesgo. Si he ganado mi libertad, ¡voy a tomarla!”. Pedro, Santiago y Andrés dijeron: “Nos quedaremos hasta que Él regrese. Nos esforzaremos por hacer a lo largo de la Dispensación Cristiana, Madre, lo que Tú has hecho durante estos treinta largos años”. Los bendije a todos y luego entraron los otros miembros de la comunidad. También los bendije. Luego cerré mis ojos a este mundo, para abrirlos en la Presencia de José, primero, y de Jesús después. Como sabéis, acomodaron mi cuerpo dentro de una tumba de piedra y la sellaron por tres días. Durante ese tiempo, permanecí libre en las Octavas Superiores, preparándome para la Ascensión de mi forma física. Luego regresé y resucité esa forma carnal. La atraje hacia a mí, la absorbí dentro de mi Santo Cristo Interno propio, y entré conscientemente dentro del Corazón de Mi Presencia, como lo había hecho mi Hijo antes que Yo. Dejé, dentro de la tumba, una rosa blanca para cada una de las personas de la comunidad. Por eso, la rosa blanca es particularmente querida por aquellos que formaron parte de ese servicio. Cuando corrieron la roca que sellaba la tumba, encontraron que el cuerpo no estaba y la fragancia de las rosas llenaba el lugar. Entonces hicieron santo ese día, conocido hoy como: “Día de la Asunción de la Santísima Virgen”. Después de esto, en Mi estado de completa Libertad Divina, disfruté del reencuentro con todos aquellos que me habían asistido desde el otro lado: Lord Maitreya, Gabriel y Rafael, Jesús y José, Ana y Joaquín, Isabel y Juan, Juan el Bautista y todos los que se habían ido antes. ¡Sí, y con Judas también! 

Coronación de la Virgen. Paolo Veronese
       A esto le siguió la Coronación de Mi humilde Ser para el servicio. En una gran ceremonia mística, similar a aquélla en la que el Amado Saint Germain y la Amada Portia se comprometieron en el mes de Mayo de este año, el Amado Maestro Jesús puso sobre Mi cabeza la Corona de Reina de los Cielos para la Dispensación Cristiana. Cósmicamente, Me convertí en la Madre del Mundo. Y lo fui hasta hace poco, cuando le traspasé a Portia, la Diosa de la Oportunidad, ese gran oficio para la Nueva Era. Así que esta mañana, amados de Mi corazón, os dejo la Rosa Blanca de la amistad en memoria de una Ascensión consciente. Recordad que el día en que también vosotros dejéis de lado las vestiduras de carne y seáis libres en Dios, os daré la bienvenida como Amiga y como Madre. Que las bendiciones de Nuestro Señor Jesús y de Dios, estén siempre con vosotros. ¡Buenos días!
Maestra Ascendida María. Memorias de la Amada María, Madre de Jesús. Una publicación de El Puente a la Libertad. 


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