sábado, 5 de agosto de 2017

"...la Primera Lección que yo tenía que aprender era que nadie, aparte de mí misma, podía perturbarme, y que todo lo externo no era sino un reflejo en el Maya de la Vida de cualidades que estaban dentro de mí misma; y fue así como encontré la Paz."
Maestra Ascendida Lady Nada
Amor y Verdad de los Maestros Ascendidos. Volumen I
A.D.K. Luk Publicaciones
18 de octubre, 1948
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MAESTRA LADY NADA
Hablado (no dictado)

   En la época de Mi Victoria, yo vivía en Mesopotamia, en un bello país en el que los techos se abrían al cielo azul, y las rosas y las viñas producían una cubierta natural sobre los muros y arcos. Ante nuestra ciudad se extendía el mar azul, y detrás de ella había un desierto. En este desierto había un Monasterio de Místicos, al que yo me retiré, y en el que recibí mi entrenamiento y mi Victoria final de la Ascensión.

   El Monasterio era grande, construido a la manera de los templos chinos, en siete secciones. La más interna se llamaba “El Templo de la Armonía Suprema”, y a nadie se le permitía entrar allí hasta que no hubiera ninguna inarmonía más ni en sus seres ni en sus mundos.

   La Sección Primera, en la que éramos recibidos, era todo lo que el corazón del novicio podía desear: lujosa, bella, relajante…verdaderamente una expresión de todo lo que uno esperaba del mundo espiritual al que se había retirado, lejos de la “turbulencia” del modo de vida externo. Aquí, durante seis meses, vivimos en paz y belleza; sin clases, sin disciplina, etc., rodeados por pinturas exquisitas, todas ellas con un significado espiritual para los que disciernen. Aquí nos sentábamos entre bibliotecas que rebosaban con Enseñanzas Espirituales, si decidíamos abrir los libros y leer. Aquí algunos de nosotros comenzamos nuestra aventura espiritual; otros no estuvieron alerta y descansaban entre la abundancia de Conocimiento, esperando por una indicación EXTERNA por parte del Jerofante que les indicara por dónde empezar. Se nos observaba en cada momento para ver cómo aprovechábamos la Abundancia Espiritual que nos rodeaba.

   Después de seis meses comenzaba nuestro entrenamiento. En primer lugar se nos afeitaba el cabello, para eliminar el orgullo. Después, se nos daba túnicas para vestir, DEL COLOR DE NUESTRAS AURAS. La insignia de la Orden era un simple tallo de rosa con seis espinas (representando los seis sentidos) y en lo alto, cuando se había ganado, una sencilla rosa abierta (representando el séptimo sentido, la Inspiración). Sobre el pecho en nuestras vestiduras estaba bordado el tallo con las seis espinas y, a medida que nos desarrollábamos, se añadía un simple pétalo, un capullo, una flor medio abierta, etc.

   Se nos reunía en grupos de siete, con quienes vivíamos y dormíamos en dormitorios; sólo teníamos DOS HORAS PARA ESTAR SOLOS en cada período de veinticuatro horas. Los siete no se elegían por afinidad, sino que el Jerofante elegía personalidades que eran directamente opuestas unas a otras, para que salieran a la superficie los vicios ocultos y la malignidad de nuestros mundos. Teníamos que pasar 22 de cada 24 horas con estas individualidades. Muchos abandonaban antes de concluir, resentidos hacia la Orden y hacia la “irreflexiva” elección de compañeros.

   Aquellos de nosotros que nos quedamos, finalmente nos hicimos buenos amigos, pero tan pronto como habíamos aprendido a trabajar en armonía, se nos reasignaba a otro grupo de siete; con otras pruebas, etc. En mi día de descanso, yo me iba corriendo hasta el mar, y sumergía mi cara en el agua, o corría por el desierto hasta que el viento ponía de punta mi corto cabello, en un esfuerzo por recuperar y mantener mi paz y compostura. FINALMENTE, el Bhagavad Gita de Shri Krishna me enseñó que la Primera Lección que yo tenía que aprender era que nadie, aparte de mí misma, podía perturbarme, y que todo lo externo no era sino un reflejo en el Maya de la Vida de cualidades que estaban dentro de mí misma; y fue así como encontré la Paz.

   Después de tres años, una pequeña y demacrada banda de viajeros fatigados era admitida en el Templo de la Suprema Armonía. Mientras permanecíamos humildemente ante el Altar, nos miramos unos a otros con afecto, recordando las muchas grandes batallas del pasado. Allí estábamos de nuevo, agrupados de siete en siete, y formando Unidades de Sanación, Inspiración, etc. Atraíamos Corrientes Magnéticas, y las proyectábamos sobre la Tierra, hasta que la Ley Cósmica decía que nuestras cuentas pendientes con la Vida estaban pagadas; y así, cuando habíamos devuelto a la Vida ese balance, nuestra Victoria estaba ganada, y nuestra Ascensión asegurada.
NADA




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